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La estación que Ourense merece y necesita
Estación de Ourense Empalme, inaugurada hace casi sesenta años, cuando entró en servicio la línea de Zamora. El ferrocarril supuso una fractura en el entorno urbano de A Ponte que el nuevo proyecto debe resolver.
La decisión de Fomento de descartar el proyecto de estación firmado por el equipo de Foster y anunciar un infraestructura "más económica" ha puesto en alerta a la sociedad ourensana, que no quiere que se aplique en las infraestructuras de su ciudad una política de saldos con los que redimir el despilfarro perpetrado en otras ciudades y territorios de la geografía española.

Ourense espera, desde hace más de una década, la llegada del tren de alta velocidad. En el curso de tan largo plazo, ha aceptado con paciencia los sucesivos aplazamientos que, según cada uno de los responsables políticos que los propiciaban, se verían compensados con una infraestructura de mejor calidad y en mejores condiciones técnicas.

A lo largo de esos años hemos escuchado frases grandilocuentes en relación al futuro ferroviario de Ourense. Desde lo que significaría en términos de desarrollo económico y de creación de empleo, al papel protagonista en el contexto ferroviario gallego, como la gran estación central de Galicia, el nudo desde el que los trenes saldrían en dirección al resto de las ciudades gallegas y, no podemos olvidarlo, su carácter regenerador de un tejido urbano en A Ponte que dejaría de estar partido en dos.

Políticos de uno y otro partido hablaron siempre de una nueva estación para Ourense en A Ponte. Y no de una estación cualquiera. Se referían a ella como el gran hall de entrada desde el que miles de viajeros llegarían a una ciudad y una provincia cargada de patrimonio y recursos termales y turísticos que este nuevo modelo ferroviario iba a redimir y a desvelar. Pero también hablaron de la gran central intermodal del transporte desde la que los vecinos de las villas y comarcas de la provincia, incluso de villas de otras provincias vecinas, podrían acceder, nada más bajar del autobús a un AVE que los conectaría con el resto del mundo.

Parece, sin embargo, que aquellas palabras se las empieza a llevar el viento, a medida que se acerca la hora de la verdad y la realidad del futuro de Ourense quiere vincularse a una estrategia de austeridad presupuestaria que muy bien le habría servido a los intereses de España cuando proliferaron aeropuertos donde no aterrizan ni despegan aviones, autopistas por las que no circulan coches o infraestructuras y edificios faraónicos para satisfacción de egos personales y quedar bien con unos votantes que, llegado el momento supieron castigar en las urnas a quienes destinaron cientos de millones a obras de discutible utilidad, a costa de imponer luego sacrificios que una moderada gestión de los fondos públicos habría evitado.

Ourense sabe de austeridades, de una economía sobria basada en el ahorro. Esa es la línea que ha marcado el devenir de los ourensanos a lo largo de su historia contemporánea. Por eso entendemos que una obra pública ha de estar exenta de lo superfluo, de aquello que encarece su coste simplemente para colmar vanidades. Hasta ahí todo bien. Pero una administración que reconoce que en el pasado despilfarró sistemáticamente no puede venir ahora a mostrar su rostro más austero cuando le toca acometer la construcción de la futura estación de Ourense. Queremos para Ourense lo que Ourense necesita, ni más, pero tampoco ni un euro menos.  La estación ha de ser el resultado de un proyecto cubra todas las necesidades presentes y futuras tanto de la operatividad ferroviaria, como de su intermodalidad con otros medios de transporte; que resuelva la integración urbanística de A Ponte, quebrada hace casi sesenta años cuando se construyó la actual estación del Empalme; que ofrezca un servicio integral a los viajeros con comodidad y pensando en el día de hoy pero también a largo plazo, ya que se trata de una infraestructura que va a tener que satisfacer las necesidades de futuras generaciones; y ha de ser, por qué no exigirlo, un edificio que aporte valor arquitectónico a una ciudad que sabe cuidar su patrimonio y que merece que se la dote con infraestructuras que estén en armonía con su perfil urbano.

¿Ahorro? Naturalmente que sí. Pero allí donde se despilfarró. No tenemos aeropuerto en el que se hayan realizado ampliaciones, tal vez desmedidas. Ni autoridad portuaria que haya sumado a sus infraestructuras un puerto exterior de discutible utilidad en el que se han arrojado al mar cientos de millones de euros. Ourense capitanea un territorio, la Galicia interior, que se ha visto agraviada con el olvido durante décadas. Ha llegado nuestra hora y los políticos ourensanos han de demostrar que están a la altura de lo que se espera de ellos. El Concello, como parlamento más cercano a los intereses de la ciudad, ha de ser el primero en defender esos intereses ante cualquier administración. El alcalde no puede confiar en que otros tomen decisiones que puedan condenar el futuro de la ciudad y de la provincia con excusas técnicas de dudoso fundamento. Los ourensanos estamos dotados de la fuerza moral de no haber sido cómplices ni partícipes del despilfarro pasado. Por eso nuestro futuro no puede ser hipotecado por una temporada de rebajas y saldos.